(publicada en Diario Responsable, el día 19 de julio de 2008)
Estos días observo con estupor como siguen desencadenándose casos de dopaje en el Tour de Francia. Me parece lamentable, por un lado, que un deportista tome productos prohibidos para ganar, o para continuar estando entre los mejores de su deporte, pero aún me parece peor que desaprovechen la oportunidad que les ha brindado la vida de vivir de su deporte preferido, de su afición.
Pero de lo que quiero hablar es de las marcas. ¿Hay derecho que una marca que ha realizado un desembolso millonario para patrocinar un equipo profesional se vea envuelta en un caso de dopaje? Me respondo a mi mismo: no. Las marcas buscan un retorno económico en sus patrocinios, lógicamente, pero lo hacen porque quieren. Y no quieren muchas, más bien pocas desgraciadamente. Y estas que hacen el esfuerzo se ven envueltas en estos berenjenales. ¿Cómo terminará esto? ¿Las marcas han de tirar la toalla, dejar de patrocinar equipos ciclistas, ya que hablamos de este deporte, y que pague justo por pecador? Creo que no.
Hay que pedir responsabilidad a los profesionales del deporte, en primer lugar porque van a ingresar mucho dinero en sus cuentas. Las marcas van a tener que exigir. Van a tener que condicionar el patrocinio deportivo a un código de conducta y, a su vez, el equipo deberá dejar claro a sus profesionales que van a recibir un castigo muy duro, de entrada la exclusión del equipo y posteriormente una multa ejemplar, si no cumplen con este acuerdo.
Parece razonable, ¿no?. Me temo que sólo así se podrá salvar el patrocinio deportivo. Porque los clubs lo han de tener claro. Una empresa tiene muchas otras fórmulas de adquirir notoriedad o de colaborar socialmente. Si el deporte les crea un problema harán otra cosa, no me cabe la menor duda.
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